La historia milenaria de la cirugía estética (I)

El aspecto nos importa más de lo que queremos admitir y es fácil de ver a lo largo de la historia. Nos lo inculcan desde pequeños ya en los cuentos, la bruja es fea y vieja y los príncipes y princesas jóvenes y bellos. El culto a la belleza no es nuevo, la diferencia está en que hoy tenemos diversas opciones y técnicas para aplicar a las distintas partes del cuerpo humano.

La historia milenaria de la cirugía estética

La cirugía plástica trata las anomalías congénitas y las derivadas de accidentes y enfermedades. La estética se ocupa de las naturales y los signos de envejecimiento.

Ya en el Egipto faraónico los cirujanos se preocupaban por los resultados estéticos de sus intervenciones, así lo demuestra el papiro quirúrgico de Edwin Smith (c. 1600 a. C.) que detalla cómo se suturaban heridas faciales con tendones de animales o se recolocaba una nariz fracturada con ayuda de “dos tapones de lino saturados con grasa”.

En la Roma del siglo I ya se hablaba de la liposucción como cura heroica de la obesidad y seis siglos después Pablo de Egina ideó un sistema para extraer los pechos a los hombres que presentaban ginecomastia. Los casos se suceden hasta la Edad Media, cuando la cirugía estética se convierte en una práctica castigada incluso con la muerte.

La Iglesia católica consideraba que la belleza arrastraba a los hombres a los brazos del demonio y no fue hasta finales del siglo XV, con las epidemias de sífilis, cuando se desarrollo las de la llamada chirurgia decoratoria .

La sífilis avergonzaba a quién la padecía, al deformar la nariz y es ahí cuando mucha gente comenzó a buscar en la chirurgia decoratoria un remedio para pasar desapercibidos en la sociedad. Gaspare Tagliacozzi, en su tratado «De curtorum chirurgia per insitionem» (1597) documentó por primera vez una intervención de nariz. Su método se basaba en  injertos de colgajos de piel procedentes de la parte interior del brazo, que además, perduró durante siglos.

La cirugía era una profesión de riesgo ya que muchos pacientes morían durante la intervención o no les gustaba el resultado final de esta.

La rinoplastia comenzó su auge en la India tras su costumbre de cortar la nariz a ladrones, desertores y mujeres asúlteras. A finales del siglo XVIII, Occidente tuvo conocimiento de las distintas técnicas rinoplásticas que allí se aplicaban.

Con la aparición de la anestesia en 1844 y de la antisepsia en 1867, hubo un punto de inflexión en la historia de la cirugía estética, al favorecer las operaciones por deseo y no por necesidad. Durante la Segunda Guerra Mundial, el número de heridos era tan elevado que los cirujanos debían improvisar nuevas técnicas en plena operación. Aquellos profesionales dieron a la cirugía un impulso sin precedentes.

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